“También llevaban con él a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. —Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús. La gente, por su parte, se quedó allí observando, y aun los gobernantes estaban burlándose de él. —Salvó a otros —decían—; que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Escogido. También los soldados se acercaron para burlarse de él. Le ofrecieron vinagre y dijeron: —Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo! Resulta que había sobre él un letrero que decía: este es el rey de los judíos. Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo: —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro criminal lo reprendió: —¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En nuestro caso, el castigo
En esta época del año es común escuchar mensajes donde se sataniza a Judas Iscariote, se critica duramente a Pedro y se habla mal de Tomás, la razón es la traición de Judas, la negación de Pedro y la incredulidad de Tomás. Dos de ellos de alguna manera “redimieron” su error por su actuación posterior, aunque debemos apuntar a la iniciativa de la misericordia divina y la respuesta de Pedro y de Tomás que les reintegra a la narrativa bíblica. No así Judas Iscariote que a pesar del amor de Dios extendido hacia él, rehúsa arrepentirse y toma su destino en sus propias manos. Respecto de esa decisión mi mente siempre regresa a esos versículos de Génesis. “Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué estás enojado, y por qué se ha demudado tu semblante? Si haces bien, ¿no serás aceptado? Y si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo.” (Génesis 4:6-7 LBLA) El punto es que a menudo se tiene el proceder de estos tres discípulos como una verdadera “ca