“Y el ángelde Jehová ordenó a Gad que dijese a David que subiese y construyese un altar aJehová en la era de Ornán jebuseo” (1ª Crónicas
21:18 RVR60)
Una plaga
azotó a Israel y el ángel del Señor le dijo a David que construyera un altar.
No le dijo
que construyera un hospital o una clínica, no le dijo que organizara los
funerales de los que habían fallecido, no le instruyó para estableciera un
sistema de vigilancia epidemiológica o que estableciese un Centro Nacional de
Emergencias.
Le encomendó
una sencilla tarea, levantar un altar.
Por lo
general "adorar" no es la primera cosa que se nos viene a la mente en
cada situación de la vida, y mucho menos, cuando lo que nos pasa no es
agradable.
¿A quien se
le ocurriría que adorar a Dios es la mejor respuesta inmediata a una situación
desesperante, dramática o espantosa como una catástrofe nacional?
Sin embargo
esa fue la instrucción del ángel al rey David, "Construye un altar".
Muchas veces
se usa este pasaje para hablar de la ofrenda; se dice que David escogió pagar
lo que ofrecería, antes que aceptar ofrecer algo que no le costara nada. Es
correcto, David pagó por los animales para el holocausto.
Pero aquí se
trata de un asunto mucho mayor que solo una ofrenda generosa del rey David a
Dios.
Se trata de
reconocerlo, de humillarse delante de Él, se trata de proclamar en medio del
desastre "Tu sigues siendo Dios, tú sigues siendo nuestra única
esperanza". Se trata de reconocer "Yo me equivoqué, tu tenías
razón".
Porque el
Señor no solamente mira la ofrenda que le presentamos, también mira el corazón,
es decir la actitud con la que venimos a presentar nuestra ofrenda.
Debemos
venir a Dios con la misma actitud que tuvo Pedro, cuando dijo: "Señor, ¿A
quien iremos, si solo tu tienes palabras de vida?"
Porque en realidad, ¿A dónde podríamos ir sino a Jesús?
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