Por otro lado, en mi familia aún existe la interrogante de la ascendencia de nuestro apellido. Algunos de mis hermanos y yo, creemos que nuestro apellido proviene de Italia y hacemos bromas al respecto, diciendo que necesitamos visitar la madre patria. Aunque el español y el italiano tienen muchas cosas en común, la tarea de aprender un nuevo idioma que tengo por delante, probablemente me va a llevar algo de tiempo, pero algo que siempre me ha atraído y despertado mi curiosidad, son las lenguas y los diversos idiomas alrededor del mundo.
En 2011, el profesor Quentin Atkinson de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda) presentó una hipótesis respecto del origen de todas las lenguas del mundo, en su estudio sugería que el lenguaje surgió en el suroeste de África. El Dr. Atkinson basó esta hipótesis en un análisis comparativo de un gran número de fonemas hallados en cerca de quinientos idiomas actuales.
Los fonemas son las unidades de sonido más básicas (es decir consonantes, vocales y tonos) y son las diferencias semánticas entre los idiomas. Dicho investigador de Auckland descubrió que los grados más elevados de diversidad fonémica se encuentran en los idiomas hablados en el África suroccidental. También observó que el tamaño del inventario de fonemas en un idioma suele reducirse cuanto más lejos se sitúe de este lugar de África. (Fuente: https://cordis.europa.eu/article/id/34388-study-counters-cradle-of-language-theory/es)
Al considerar esta información, mis pensamientos van a ese pasaje de la Biblia cuando en la historia de la humanidad todos hablaban un mismo idioma. El libro de Genesis dice: “Toda la tierra hablaba la misma lengua y las mismas palabras.” Génesis 11:1 NBLA
Esta unidad en el idioma era un ingrediente importantísimo para el proyecto que aquellos hombres tenían en mente, la célebre torre de Babel. La historia de la construcción de la gran torre de Babel ha sido estudiada, analizada y representada en el arte en un gran número de ocasiones. Creo que es un gran ejemplo de lo que los seres humanos podemos lograr cuando nos proponemos hacer algo y estamos de acuerdo en ello. En aquella ocasión de acuerdo al registro bíblico y la interpretación teológica, un acto de rebeldía por parte de la humanidad, pero qué tal si buscáramos el bien común, que tal si trabajáramos todos juntos por la paz, por la justicia, que tanto se podría lograr.
Lamentablemente este no parece ser el caso en nuestros días, porque los desacuerdos están a la orden del día, los malentendidos, el enfatizar las diferencias y aún ridiculizar al que piensa de manera diferente parece ser el ‘pan de cada día’. En ese sentido, la humanidad parece reacia a hablar un mismo idioma, el idioma de la paz, la armonía y la cooperación.
Creo que es necesario aclarar que la falta de acuerdos no se debe a las diferencias en los idiomas de la tierra; porque aunque alrededor del mundo se hablan decenas de idiomas diferentes, parece que el lenguaje del menosprecio, la crítica y la burla funciona en todo el mundo y todos comprenden los memes, celebran las mismas representaciones caricaturescas de los líderes políticos y religiosos, prácticamente el lenguaje del insulto es universal, y sin importar el idioma en el que se hagan las expresiones de rechazo, protesta o el clamor de justicia son comprendidas sin importar la lengua hablada. Es muy curioso que, para ciertas cosas, los pueblos de la tierra parece que no pueden ponerse de acuerdo, pero para otras cosas todos ‘hablan el mismo idioma’.
En el domingo de Pentecostés se conmemora la venida del Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo. Como lo dice el Credo Niceno-Constantinopolitano, “…Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas…”. El Espíritu Santo vino para darle esa unidad a la iglesia, para que hablemos un mismo idioma; si me permites sugerirlo, ese idioma es el idioma del amor.
El Espíritu Santo nos fue dado para que volvamos a poner las cosas verdaderamente importantes en el lugar que le corresponden y para dar un testimonio de amor a un mundo que desesperadamente necesita a Dios.
En palabras de Jesucristo, en el evangelio según san Juan capítulo trece, versículo treinta y cinco dice: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”. El amor es el mejor distintivo para los hijos de Dios, es la credencial de un verdadero discípulo de Jesucristo. Pero quizás te estas preguntando, si el amor es la marca del discípulo, ¿Porque los que dicen ser discípulos de Jesús parece que no portan ese distintivo?, esa es una excelente pregunta, gracias por traerla a la mesa. La respuesta en realidad es sencilla.
Todos los que se consideran discípulos de Jesucristo necesitan la presencia del Espíritu Santo en su vida, pero no como un simple pasajero en el corazón; la persona del Espíritu santo no solo acompaña al creyente dándole testimonio de ser un verdadero hijo de Dios. La tercera persona de la trinidad está con el discípulo de Jesucristo para darle dirección a su vida, es la voz de Dios en el corazón y la conciencia del creyente que está ahí para guiarle a cumplir la voluntad divina; y como nos lo recuerda el apóstol Pablo en su epístola a los romanos capítulo doce, versículo dos; la voluntad de Dios además de ser buena, agradable y perfecta; es que nos amemos los unos a los otros.
Jesús les dijo a sus discípulos: “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra.” (Libro de los Hechos de los Apóstoles 1:8 NVI). Si el testimonio de ser verdadero discípulo de Jesús es el amor y si el Espíritu Santo vino para darnos la capacidad de ser testigos, entonces necesitamos que el Espíritu de Dios nos de esa capacidad de amar como un testimonio al mundo de que en Dios hay esperanza para la humanidad, que su amor ha sido mostrado en la cruz de su hijo Jesucristo y que este mensaje como dice la escritura, será predicado en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin (véase Evangelio según San Mateo 24:14).
Amar no es una encomienda fácil, amar a los enemigos, a los que te acusan falsamente, a los que se burlan de ti porque no piensas o haces las cosas como ellos, amar a los que proceden con injusticia, amar a los que hacen impunemente el mal a otros, amar a que roba, defrauda, abusa de tu confianza o atenta contra tu bienestar, o que violenta tu paz y tu tranquilidad.
Amar a veces puede resultar algo sumamente complicado, a veces tiene todo el carácter de una obra imposible de alcanzar para el ser humano, que ha sufrido a manos de otros, pero entonces ¿Por qué Dios nos pide que hagamos algo que a todas luces parece ser un comportamiento completamente contrario a nuestra naturaleza humana? Otra manera de preguntarlo sería ¿Por qué Dios me pide algo que no puedo o por lo menos no creo poder hacer? ¿Por qué me encomienda una tarea de esta naturaleza?
Lo pide porque el amor es la marca del verdadero discípulo de Jesús, porque ese era el mayor distintivo del maestro de Nazaret, porque si decimos que le amamos debemos andar como Él (Jesús) anduvo. Hace aproximadamente cincuenta días se celebró la Pascua. El sacrificio que Cristo ofreció por amor al mundo. Hoy que se celebra la venida del Espíritu Santo, necesitamos reconocer que necesitamos la capacidad divina para poder ser esos recipientes e instrumentos de su amor que la humanidad tanto necesita.
Alguien entonces diría que amar como Dios pide, es una tarea imposible. Yo diría que suena igual de imposible el proyecto que se propusieron hacer los hombres en el libro de Génesis capítulo once, versículo cuatro. «Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la superficie de toda la tierra».
La gran diferencia es que aquel proyecto del Génesis no contaba con la bendición y la ayuda de Dios, pero toda obra que se lleva a cabo de acuerdo con la voluntad del Creador contará con su bendición y será prosperada por Dios mismo. ¿Porque descartar como imposible una obra que Dios respaldaría y se aseguraría que tuviera éxito? Después de todo si es su voluntad que se haga, si es su deseo ¿No crees que contaríamos con su ayuda?
La próxima vez que enfrentes la decisión entre hablar el lenguaje del odio, el menos precio y el rechazo o hablar el lenguaje del amor, el perdón, la paz y la reconciliación, escoge el idioma que Dios habla, porque el mismo cielo prosperará tu camino.
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