Cuando Jesús ascendió a la diestra de Dios, esa mañana en aquel monte llamado del Olivar, cerca de Jerusalén. Los discípulos no pudieron seguirle viendo, porque una nube se los impidió. Probablemente tú has leído este pasaje, habrás leído que dos varones con vestiduras resplandecientes les dijeron que de la misma manera Jesús regresaría, en las nubes. Desde entonces la iglesia ha aguardado su regreso.
Pero no puedo dejar de pensar en esa nube que le ocultó de la mirada de los discípulos; es decir, después de convivir con él, después de haber sufrido su muerte y la idea de que no le volverían a ver jamás, ahora están en su presencia y por segunda vez se enfrentan a una despedida; otra vez su ausencia se haría presente y una nube se interpondría entre ellos y su Señor.
Esto me recuerda la nube en el tabernáculo, aquella cortina de humo que impedía ministrar a los sacerdotes, aún al mismo Moisés le obstruía la entrada[1]. Esa misma nube descendió en la inauguración del templo que construyó Salomón[2]. La nube representa ese obstáculo para estar en la presencia de Dios, ese impedimento que nos estorba para poder ver hacia adentro del santuario.
Es entendible que Dios permita que una nube nos oculte su presencia, por nuestra propia seguridad, porque dice la escritura:
“Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” Éxodo 33:20
Entiendo que en el Antiguo Testamento esa nube se interponga, entiendo que era por el bien de su pueblo, a nadie se le desea morir consumido por la presencia irresistible y terrible de un Dios santo.
Pero ¿Por qué tuvo que venir otra vez esa nube? Es decir, Jesús murió en la cruz y cuando murió el velo del templo se rasgó de arriba abajo[3]. Esto quiere decir, como lo dice el autor de hebreos, que un camino nuevo y vivo se abrió a través del velo para que todo aquel creyente pudiera entrar libremente a su presencia[4].
Yo comprendo que esa entrada está ahí, que hay acceso al trono de la gracia, que no podemos verlo, pero que es una realidad espiritual, pero ¿Por qué esa nube intrusa se interpuso entre los discípulos y su Señor? ¿Por qué tenía que ser precisamente una nube? ¿Acaso no traería los mismos recuerdos a los discípulos? Recuerdos de impedimentos, separación, obstáculos, de barreras para los que no son dignos de acercarse.
El solo pensar en eso me entristeció, porque yo sé lo que Cristo consiguió para nosotros por su muerte, pero la sola idea de “una nube que le ocultó de sus ojos”, la verdad es que no me gustó mucho.
Sin embargo al seguir leyendo el libro de los hechos tú encontrarás la historia de la venida del Espíritu Santo en el día del Pentecostés[5]. Una grandiosa historia del cumplimiento de una promesa hecha por Jesús a sus discípulos.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. Juan 14:16-17
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Juan 14:26
Esta promesa tiene mucho que ver con lo que estamos hablando, porque aunque los discípulos ya no podrían ver a Jesús, el Espíritu Santo se los mostraría, se los recordaría, haría que los discípulos pudieran estar en el espíritu en la presencia de Jesús nuevamente. Por eso es que Jesús les dice:
“Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Juan 14:19
Los discípulos podrían seguir en la compañía y la presencia de Jesús por medio de su Espíritu Santo, en una manera la presencia del consolador en sus vidas les abriría los ojos de la fe para poder ver a Jesús. Entonces esa nube, solo sería un vago recuerdo, algo que desaparecería para siempre, hasta que sirviera de plataforma para el retorno de nuestro Señor.
Y entonces comprendí porque que en la venida del Espíritu Santo el día del pentecostés el consolador se presentó con de esa manera:
“…de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados” Hechos 2:2
Ese viento recio despejó los cielos, las nubes desaparecieron, los ojos de los discípulos podrían volver a contemplar a su Señor, sin ningún obstáculo, no más nubes ocultándoles de su presencia. Ahora aunque él no esté entre nosotros; aún así, por obra del Espíritu Santo, podemos ver a Jesús.
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