Algunas de las razones para no cambiar es el temor a lo desconocido, pero también es la falta de una capacidad para poder imaginar o visualizarte cómodo y feliz en la nueva realidad. El matrimonio es uno de los más grandes cambios que uno experimenta en la vida, pero el soñar en lo que será y la ilusión de lo que vendrá ayudan a visualizarlo y aún a desearlo.
Tu puedes adaptarte al cambio si miras con entusiasmo y ánimo a lo nuevo que vendrá, pero si lo imaginas como algo negativo, difícil e incierto, el cambio será mas trabajoso para ti.
Por otro lado, todo cambio demanda un costo. El precio que se paga al cambio se puede traducir como “sacrificio”. No hablo de presentar un holocausto o sacrificar una gallina. Hablo de renunciar a cosas y soltar una cosa para poder abrazar algo nuevo.
Es difícil renunciar a ciertas cosas, porque estamos cómodos con ellas, acostumbrados, encariñados, tanto que dejar ciertas cosas atrás es como atravesar por un duelo. Nos cuesta trabajo, no porque dichas cosas tengan un valor monetario, sino porque han adquirido un valor sentimental que está relacionado con mi identidad. Es decir, tal cosa, tal hábito, tal rutina habla de quien soy yo.
El cambio es un desafío a la identidad, por eso no es sencillo cambiar.
Y por último, está el compromiso a permanecer en lo nuevo. Todos podemos hacer cambios momentáneos, adaptarnos por un breve plazo de tiempo, sobre todo si eso representa en alguna medida una incomodidad. Pero nos consuela saber que regresaremos tarde o temprano a lo que conocemos. De esta manera, yo puedo vivir con aquello por un tiempo sin problema. Pero comprometerme a largo plazo es otra historia.
Una vez que lo nuevo ha tomado su lugar y lo de antes tiende a desaparecer, hacemos hasta lo imposible por recuperarlo, porque no se pierda, porque como dije, forma parte de quienes somos. Pero entre más rápido podamos disfrutar lo nuevo, no tendremos necesidad de ser consolados por haber perdido lo anterior.
Fin.
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