Después de reuniones familiares, jolgorios, comilonas y las largas horas de tirarse a la holgazanería, tal vez resulte un poco trabajoso volver a la rutina diaria.
Tú sabes de lo que estoy hablando ¿Verdad? Volver a los horarios, al ritmo cotidiano, al paso acostumbrado, puede que requiera un poco más de concentración que la que se necesita para cambiarle al televisor con el control remoto.
Pero tal vez nada sea tan importante como volver a escuchar ese silbo apacible y delicado. Es que en medio de todo el ruido, en el escándalo de lo que ocurre, con el volumen de nuestras sensaciones a toda su capacidad; y si a esto le agregas algunos parientes o vecinos ruidosos, prácticamente tienes una rockola en tu cabeza sonando durante estas fechas a todo volumen.
Todo eso que escuchamos en ocasiones puede ocultar el precioso silbo apacible y delicado que reconocemos y que significa tanto para nuestra vida.
Esta mañana recordé ese pasaje de la escritura en 1º de reyes 19:11-13.
“Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?”
Cuando pasan temporadas tan ajetreadas como la que tuvimos estos días, siento un poderoso impulso a apartarme, a buscar la soledad, la quietud. Con el único propósito de escuchar mejor.
Me encanta lo que dice Dallas Willard:
“Tres prácticas o disciplinas espirituales son especialmente útiles en la toma del verdadero sábado (Sabbath-reposo) en… nuestra vida: Soledad, silencio y ayuno”[1].
Algunas de las más sencillas prácticas (también conocidas como disciplinas espirituales) que se han llevado a cabo dentro de la iglesia a lo largo de su historia, pueden traer a nuestra vida una fortaleza que ni siquiera podemos llegar a imaginar, una sensibilidad a Dios y un enfoque, que nos haría mucho bien practicarlas rutinariamente, con el fín de afinar nuestro oído, para escuchar mejor ese silbo apacible y delicado, al que también podemos llamar la voz de Dios.
Porque a fin de cuentas, “Un hombre que se aparta es todo lo que Dios necesita para ser escuchado”.
Gracias por recordarnos que es necesario ir al huerto a solas y ahí oir la voz del Amado
ResponderEliminarUn abrazo,
Claudio César Figueroa
www.abriendoellibro.blogspot.com