Mi
historia no es importante, es como la historia de cualquier otra persona, sin
embargo, si unimos nuestra historia a la de Jesús, entonces si es relevante.
Porque la historia de Jesús es la mayor y la mejor del mundo.
Hablamos
de un heredero de linaje real[1],
con el poder de una vida indestructible[2], el Hijo de Dios.
El personaje principal de esta historia no podría ser otro. A todas luces, Él
es el héroe, todos nosotros solamente asumimos roles secundarios.
Nunca
seremos los protagonistas de la historia más grande del mundo; a decir verdad, si existe alguna otra historia,
con algún otro protagonista, dicha historia se volverá como nada a la luz de la
historia más grande de todas.
La
única manera de que nuestro nombre, nuestros logros y nuestros éxitos perduren,
será si unimos nuestra historia a la de Jesús. Mira al apóstol Pablo, sabemos
de él y de sus logros solo por una razón, porque forma parte de la historia de
Jesús y de su iglesia.
Pero
Jesús no es una herramienta para hacer que mi historia, mi nombre o mis logros figuren
o perduren para la posteridad. Esa no fue, ni ha sido la intención de todos
aquellos involucrados en la historia de Jesús, de los que tenemos conocimiento
o memoria.
Los
que unieron su historia a la de Jesús, no lo hicieron por amor propio; lo
hicieron por amor al nombre de Jesús, que sus nombres quedaran para ser
recordados o reconocidos por generaciones posteriores fue absolutamente
secundario. Su principal objetivo era darle la gloria a Jesús.
Lo
más hermoso de todo esto, es que no formamos parte de su historia por nuestra
voluntad o capricho, Él es el que ha querido incluirnos, para formar parte de
lo que Él quiere hacer. Una historia que perdurará por toda la eternidad.
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