Hay
ciertas características en el creyente que tienen que ver con la obra de Dios
en su persona, (Caridad, bondad, templanza, justicia, amor, gozo, etc.)
Estas
cosas no pueden ser producidas por el hombre, pero definitivamente se pueden
apreciar en la vida del cristiano. Y si una persona las puede producir,
entonces no sería una obra de origen divino, es puramente humana; por lo tanto
caerá en el renglón de lo litúrgico, lo religioso, las obras muertas[1]
de las que habla el apóstol. Es decir algo que no tiene vida, ni puede producir
la vida de Dios en nosotros.
Sin
embargo, si aquellas obras o indicios en la vida del creyente que reflejan una
gracia divina, no han sido fabricadas por nosotros; entonces son el resultado
de una transformación que se ha llevado a cabo en nosotros por un factor
externo (Dios).
Esta
no es una obra muerta, es el resultado evidente de una intervención divina. En
otras palabras, Dios es el que lo produjo en nosotros.
Esta
es una obra viva en sí misma, que contiene la vida de Dios o que produce vida
en nosotros y las personas que nos rodean.
La
pregunta entonces sería ¿Cómo se logra esa intervención divina? O ¿Cómo se
lleva a cabo esa transformación no atribuible a factores humanos?
Me
atrevo a decir que sería el resultado de una exposición prolongada a los
efectos de la obra de Dios en nuestra vida.
Es
como la exposición a los rayos ultravioleta del Sol. Estos nos afectan.
Pero
la “radiación” que viene de Dios, es buena, hermosa, dulce y benéfica. Me
transforma.
Por
lo tanto todo creyente necesita tiempos de exposición a lo divino.
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